Las frutas son sinónimo de salud. Luego del sacudón que nos dio la pandemia la población se volcó hacia una vida más saludable y, según las encuestas realizadas, hoy se vive y come más sanamente. Pero si miramos el consumo de frutas, esto no se ve reflejado. El consumo de frutas continúa con la tendencia decreciente de la última década. Hace unos años el consumo por habitante en Argentina era una fruta por día; actualmente estamos en apenas media fruta. Esto plantea un dilema: los consumidores consideran ser más sanos, pero consumen menos frutas. Para tratar de entender esto analizaremos diferentes aspectos.

Una encuesta reciente refleja que la mayoría de las personas consideran comer suficiente fruta. Comentan que tratan de comer 1 fruta por día y con eso “cumplir” con su salud. La recomendación de 5 porciones de frutas o verduras diarias está muy lejos de esto. Por lo tanto, el primer problema es que no hay conciencia de que el consumo es insuficiente.

Los consultados relacionan la alimentación saludable con otros alimentos. Por ejemplo, expresan consumir menos harinas, carne y dulces y haber incorporado las legumbres y frutas secas. Cuando se indaga sobre frutas, resaltan los beneficios de las paltas y los arándanos. Años de campañas publicitarias y promociones en las redes sociales catapultaron a estas frutas al éxito, siendo que hasta incluso los pediatras las recomiendan. Pero no pasa lo mismo con las frutas comunes. Se sabe que las frutas son sanas, pero se perdió el hábito de consumo. La expresión “one apple a day, keeps the doctor away” (“una manzana al día mantiene al doctor en la lejanía”) cayó en el olvido. Similar situación ocurre con los cítricos, indicándose frecuentemente un suplemento de vitamina C, en vez de un vaso de jugo exprimido de naranjas. Y ahí estamos en el segundo punto conflictivo, que es la comodidad. Es más fácil verter una pastilla efervescente en un vaso, que exprimir un cítrico. Es  más cómodo comer un paquete de galletitas o un yogur, que pelar una manzana. A esto se le suma que la gente considera que no queda muy bien comer una banana en un subte, pero no hay ningún problema con un alfajor. Socialmente, no está bien visto el consumo de fruta en la vía pública. A esto se suma que la tendencia de la industria alimenticia durante los últimos 20 años fue hacia alimentos más dulces. El resultado es un problema de obesidad muy serio y que las personas están acostumbradas a un mayor grado de dulzor que el que usualmente tiene la fruta. Esta les resulta insulsa ¿Cómo se puede convencer a un chico de que una manzana es rica, luego de comer un flan con dulce de leche? Y a todo esto se agrega la publicidad que hace con los otros alimentos. Las grandes empresas elaboradoras de snacks, golosinas, gaseosas, lácteos, etc. cuentan con un generoso presupuesto para hacer campañas publicitarias. Esto es imposible para el sector de frutas que está compuesto principalmente por empresas medianas a chicas.

Otro factor que empieza a jugar contra del consumo de frutas es el costo. Actualmente la fruta no es un alimento económico. Este hecho choca con la percepción del público que considera que es un producto natural, que no tiene mayor elaboración, por lo cual debería ser económico. Hay un total desconocimiento del esfuerzo y los costos que implica llevar a una fruta de óptima calidad a los minoristas. La fruticultura moderna requiere de un costoso paquete tecnológico para asegurar todos los años una producción de calidad. El cambio climático obliga a aumentar la inversión, dado que los eventos meteorológicos extremos se tornaron habituales. Por lo cual se requiere  de controles anti-heladas, riego suplementario, redes contra granizos y lluvias, cubiertas por el sol, etc. Con una tendencia hacia mayores temperaturas y alternancia de sequía con excesos hídricos, también se agravó la situación sanitaria de los cultivos. Plagas y enfermedades que antes no aparecían, empiezan a invadir las plantaciones. Si sumamos que por otro lado se restringe el uso de ciertos productos químicos, la situación es sumamente compleja y comúnmente lleva a mayores costos para hacer los controles.

Otro hecho que incrementó el costo de producción fue el mayor uso de certificaciones y sellos. Hoy una práctica común, exigida por muchos compradores, que significa mejorar todo el proceso productivo, hacer más controles y pagar las certificaciones. Todo esto se vuelca en mayores costos, que al final se carga sobre el precio de la fruta. Como consecuencia la fruta es un alimento caro para la población que vive en contexto inflacionario y de caída de su poder adquisitivo.

Desde los entes gubernamentales y ONG se empezaron a hacer esfuerzos para frenar la caída del consumo de frutas. La mala alimentación y sus consecuencias sobre la salud tienen altos costos para la sociedad y el estado. Esperemos que con el tiempo estos esfuerzos tengan resultados positivos y se revierta la tendencia actual.

Autora: Ing.Agr. Betina Ernst

Fuente: topinfo.com.ar